La celiaquía es una enfermedad que afecta a un 1% de la población (si bien, se estima que tan solo el 10% está diagnosticado). Se trata de una intolerancia permanente al gluten, una proteína vegetal (de la cual hablaré más adelante) presente en el trigo, la cebada, el centeno y la avena. Esta afección ataca a las vellosidades, proyecciones diminutas con aspecto de pelos que se encuentran recubriendo todo el intestino delgado.
Para poder comprender este trastorno, deberemos hablar primero de la digestión. Como bien es sabido, la finalidad de este proceso biológico es degradar todo alimento ingerido para su posterior absorción en el intestino delgado. En este órgano, las vellosidades son las principales responsables de que los nutrientes pasen a nuestro sistema circulatorio, a través de los capilares que contienen. Las podríamos comparar con las raíces de los árboles. Dependiendo de las dimensiones de estas “raíces”, la absorción de nutrientes tendrá lugar en mayor o menor grado. Como ya he dicho, es en las vellosidades donde arremete la enfermedad celiaca, acortando, y hasta destruyendo por completo, estos pliegues intestinales. Con ello, la nutrición de quien la padece queda comprometida.
Publicado anteriormente de "Una vida sin miga":
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